Manizales nos acogió con un poco de lluvia, que pronto fue reemplazada por una agradable temperatura, que nos permitió una vez instalados, salir a turistear. El albergue elegido, resultó cómodo y acogedor, aunque con el cansancio acumulado, nos pareció un verdadero palacio, y nadie se quejó del lugar que le tocó.
No hubo almuerzo, en vista de la hora, así que se decidió solamente cenar, y lo hicimos en el centro, en un lugar donde ya conocían a nuestro grupo, por visitas previas. Claro, encontrar el lugar, fue una odisea, debido a una desorientación grupal, que pudo deberse al cansancio mental, que nos aquejaba. Incluso se escucharon sugerencias de caminar casi 30 cuadras, lo que sin duda fue un inequívoco síntoma de delirium. Ya en el restaurante, la vianda fue abundante, y el servicio individualizado; algunos fueron sorprendidos con la devolución de la propina, se dice que el mesero, no quiso dinero de Villegas, quería mucho más.
La noche fue tranquila, y la mayoría dormimos como bebés, claro, los que se sabe se levantan en la madrugada, no podían desentonar, y lo hicieron, para ver como se desprendía el cielo en forma de agua, y amenazaba con retrasar la hora de salida. Y eso fue lo que ocurrió.
El sueño profundo y el desayuno, casero, nos devolvieron la energía, así que después de departir efusivamente, y programar el recorrido, iniciamos esa nueva etapa, de cerca de 200 Km. y que incluía otro de los colosos, el alto de Minas, por la vertiente de Pintada.