Un trozo de manzana en el momento en que las
últimas fuerzas me acompañaban, dieron inicio a una relación marcada por la
camaradería y lealtad, tanto en la ruta como fuera de esta; siempre rodaba
preparado y la fruta era su principal arma para enfrentar las duras cuestas,
donde su temple, entrega y por sobre todo sus excelsas condiciones le hacían
brillar.
Todos le llamábamos Gaviota, pero hasta donde
he podido indagar, nadie sabe a ciencia cierta por qué; aunque sin duda tiene
que ver con la forma como tomaba las más duras rampas y las encumbraba como si
fuese volando, haciendo evocar el sutil aleteo de esos Láridos que recuerdan a
los náufragos que cerca habrá tierra firme.
Después de tantos años compartiendo la
geografía patria, no puedo evitar el nudo en la garganta cuando recuerdo que no
volverá a acompañarnos en las duras jornadas; pienso en su acertado consejo y
la palabra de ánimo que salía de su boca ante la ‘afugia’ de cualquier ciclista
del lote; pero, también pienso en la fortaleza de ese hombre que ante la
adversidad, levantó siempre la cabeza y cordialmente atendió a sus amigos cuando
le visitaban.
Un par de años atrás, le acompañé en el
infortunado trance de la súbita viudez, y poco tiempo después nos reímos de
anécdotas que también compartimos con su esposa, Martha, la muy entregada y
simpática acompañante de algunas rutas, quien lo cuidaba como a hijo bobo, como
también hizo con quienes rodábamos junto a su eterno compañero.
Juntos recordamos la ocasión en que con un
mensaje de texto invité al grupo a la salida dominical con la exhortación a
llevar “yesca” para encender la leña que se repartiría en el recorrido, y
sorprendido recibí la llamada de Martica unos minutos después, quien con tono
de reproche preguntaba: “Quien es esa tal Yesica?...” , reímos mucho.
Fueron muchas las anécdotas, muchas las
experiencias, pero muchas más las enseñanzas de Gaviotica, y sin duda la
motivación que sembró en mí, no solamente para enfrentar con pundonor la ruta,
sino, principalmente la actitud frente a la adversidad, al infortunio, serán
compañeras por el tiempo que me queda; como olvidar que aún en una situación
irremediable, conociendo las cercanas consecuencias de su padecimiento, se
arriesgaba a soñar con nuevos recorridos y nos animaba a realizarlos.
Una imagen que no podré borrar jamás de mi
memoria, se grabó en la penúltima visita, cuando entré en la habitación de
hospital donde se encontraba, lo hallé de pie, y con su enérgica voz me dio la
bienvenida mientras me presentaba al médico que le trataba, y se mantuvo
erguido a pesar del evidente dolor que sentía; sería la última vez que lo vería
tal como era, un hombre vital.
Continuamos con la rutina, continuamos con la
vida, porque lo único que realmente nos es común, es que vamos inexorablemente
a recorrer el mismo camino, solamente que como para no perder la costumbre,
Gaviota ascendió más rápido, se adelantó en la última ruta y nuevamente se
llevó el galardón final, por eso: hasta siempre compañero!